lunes, 2 de mayo de 2016

Mi ancla



Mi mirada se pierde en el horizonte mientras dejo que mis pensamientos fluyan lejos de donde estamos. Las olas del océano golpean el barco, meciéndolo suavemente. La puesta de sol tiñe el cielo de todos los tonos posibles de naranja.  Me siento hipnotizada, como si me fuera a fundir con el ocaso.

-Hola.

Me sobresalto. No esperaba a nadie. Me giro y veo que es ella, por supuesto, ¿quién si no? Le sonrío a modo de respuesta.

-Solo quería saber cómo estás.

La miro por un momento, perdiéndome en sus brillantes ojos azules. El color del cielo los hace todavía más profundos, como si eso fuera posible. Dirijo mi mirada de nuevo al vasto y tranquilo mar.

Se refiere a él.

Todo era perfecto en mi vida: lo tenía todo, hasta que recibí aquella llamada. Me dirigía en coche hacia la universidad después de haber pasado todo el fin de semana en mi casa. Era medianoche, lo recuerdo como si fuera ayer. El hospital de mi pueblo me llamaba porque mi hermano había intentado suicidarse.

Cuando llegué al hospital me dijeron que lo habían intentado todo, pero ya era demasiado tarde, ya estaba muerto. Ni siquiera pude despedirme de él, nunca más lo volvería a ver sonreír. Pero lo peor de todo era que yo podría haber leído las señales. Podría haber visto que necesitaba ayuda. Podría haber evitado que eso sucediese. Pero no fui capaz.

Hoy hace seis meses del incidente. Soy consciente de que mis amigos han organizado este viaje para mantenerme ocupada y evitar que piense en él. Pero no puedo evitarlo, le echo mucho de menos. Su pérdida me ha dejado vacía. Siento como si mi vida ya no tuviera propósito ni dirección establecida. Estoy a la deriva.

Suspiro aún pensativa. De reojo veo como se sitúa a mi lado y me rodea con un brazo, acercándome más a ella, haciéndome sentir mejor. No puedo mentirle, no a ella.

-He estado mejor.

Noto como las lágrimas se empiezan a formar detrás de mis párpados, luchando por salir. Intento contenerlas allí. No me gusta que me vean llorar. Pero en especial, odio llorar delante de ella. Porque ella es quien me conoce mejor que nadie y sabe que cuando lloro es porque estoy rota por dentro. Y no me gusta que tenga esa carga sobre sus hombros.

La brisa salada seca mis ojos, pero no es suficiente. Nunca es suficiente. Noto como empiezo a temblar y me separo de ella, dirigiéndome hacia el banco que hay en la cubierta. Tomo asiento y ella me sigue.

-Lo siento, Asia –murmura cerca de mí.

Escuchar ese nombre me rompe el alma en mil pedazos. Casi lo había olvidado. Cuando éramos pequeñas nos asignamos un nombre de continente, algo que nos caracterizara y fuera especial. Único. Ella era Europa, yo Asia.

Pierdo el control y las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas. Me siento sola, como nunca antes me he sentido. Perdida en la inmensidad. Ella parece que me lea la mente porque me susurra al oído “No estás sola” y después me abraza.

Completamente rota, empiezo a llorar desconsoladamente. Ella deja que me desahogue en su hombro, consciente de todo lo que he tenido que soportar. El abrazo parece durar una eternidad. Mientras me voy calmando, recuerdo todos los momentos en los que estuvimos una al lado de la otra. Innumerables ocasiones. No quiero que el abrazo acabe porque eso significaría afrontarme a la realidad de nuevo, pero acabamos por separarnos.

Me dedica una sonrisa triste y con su pulgar limpia los restos de las lágrimas de mis mejillas. Y después me besa suavemente en los labios.

Me retiro confundida.

-Lo… lo siento –me dice.

La miro. Sus ojos, más brillantes que nunca, parecen tragarme. Son como el océano en un día de tormenta: feroces, profundos. Pero también son tranquilos y suaves. Todo a la vez. Y de repente algo se activa en mi mente.

No estoy sola. La tengo a ella. Ella me quiere. Y yo también. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. Me avergüenzo de mi misma por no haberme dado cuenta antes, ¿cuándo empezó todo esto? ¿Desde cuándo tiene sentimientos por mí? Pero lo peor de todo es que he necesitado estar en mi peor momento para darme cuenta de ello. Y por eso mismo me odio.

-Yo… No quería… -empieza a arrepentirse de haberlo hecho. Intenta disculparse pero no encuentra las palabras adecuadas.

Mi cabeza es un hervidero. Puedo escuchar la voz de mi hermano preguntándome si la quería. Mucho, esa fue la respuesta. Sacudo la cabeza y agarro gentilmente su barbilla y la beso.

Nos fundimos juntas: somos perfectas. Por primera vez en estos últimos meses siento que pertenezco en algún lugar. Siento como el agujero que apareció en mi corazón cuando mi hermano me dejó se hace un poco más pequeño. Por supuesto, nunca sanará, pero ella es como mi morfina; cuando estoy con ella no duele tanto.

Me aparto lentamente y dejo que nuestras frentes sigan tocándose. Le sonrío. Me siento un poco más completa. Ella me mira y deja escapar una lágrima. Nos volvemos a abrazar.

***


Estamos mirando como el último rayo de sol desaparece detrás del majestuoso terciopelo azul violeta que ahora luce el cielo. Su cabeza descansa en mi hombro. Una estrella fugaz atraviesa el cielo y sé que mi hermano nos sonríe. Nuestras manos se entrelazan. Me ha salvado. Le debo la vida. Ella es mi ancla.

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